La mirada del otro
Me aventuro a decir que Julia Núñez, mi maestra del curso pasado, ha sido una de las mejores hasta la fecha. Ya no sólo por todos los conocimientos que nos ofrecía en clase, donde era evidente su pasión por la profesión, si no porque fue la única maestra que ofreció actividades en las que deberíamos desarrollar nuestra imaginación y creatividad. Desde entonces, no he dejado de seguir sus consejos.
Recuerdo la primera actividad que nos mandó a hacer. Entró a clase con una media sonrisa, probablemente pensado en nuestra reacción al saber de la tarea que nos deparaba. Entre sus brazos llevaba un libro, con una portada minimalista donde predominaban los colores azules, negros y blancos. Una vez delante de nosotros, abrió el libro. Tan sólo había dibujos. Eran delicados, con finas líneas, siguiendo el sol de la portada. Pasaba lentamente las páginas, con la intención de que nos fijásemos en cada una de ellas como si de un tesoro se tratase. "Esto es un álbum sin palabras, chicos y chicas. Debéis darle vosotros voz, la historia que os transmite. Sed creativos", dijo. Mi mente colapsó. La palabra creatividad había estado ausente durante mucho tiempo. No me veía capaz de poder dar vida a un álbum que ya latía con fuerza. Levanté la mano preocupada, histérica. Le conté todo lo que pasaba por mi cabeza, mis preocupaciones, mi caos. Sus ojos me miraros y me contestó con un simple: lee.
Desde entonces, mi gusto por la lectura ha cambiado. Hace años, sólo leía los libros que nos obligaban a leer, recordar y exponer nuestro estudio en un folio con una posterior nota; ahora, siento que mi lectura se ha amoldado a mis gustos, a mis preguntas sin resolver, dejando que mi imaginación pulule entre sus historias. Sobre esto, mi autobiografía lectora se encamina hacia la ficción, la novela negra, policíaca o romántica pero, además, dejando paso a la poesía y sus versos.
Primer borrador
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