Para poder darle forma a ambas representaciones, el mejor aliado es el cuento. Aún conservo con gratitud en mi memoria el momento en que mi madre decidió compararme con el “Lloro xerrameca”, uno de los mejores libros de la editorial “Combel”, la cual figuraba al completo en la estantería de la sala de juegos. Recuerdo que la portada y la sucesión del cuento tenía imágenes llenas de muchísimas palabras, para representar que el loro se caracterizaba por ser muy hablador. Al igual que con todos los otros cuentos que más me llenaban, mi familia decidía equipararme con los protagonistas, ya que siempre me gustaba sentirme representada por las estrellas de mis cuentos más valiosos. No solo era yo, algunos días me convertía en “el lloro”, y otros me unía espiritualmente a “la rateta presumida”. Por tanto, la mejor forma de acercamiento al mundo real nos deja huellas imborrables en las primeras interacciones y recuerdos de nuestra vida. En consecuencia, nuestras habilidades socioemocionales y cognitivas se ven enriquecidas, además del autoestima y autoconcepto positivo, puesto que siempre tendemos a poseer referencias, y en los cuentos reside, sin duda alguna, las primeras de cada uno/a de nosotros/as.
Además de la familia, docentes y nosotros/as mismos/as, una figura social importante en nuestro desarrollo personal y lector son las personas cuentacuentos. Hace escasos días, nos acompañó en una de las sesiones de la asignatura “Didáctica para la Lengua y Literatura” Bea, más reconocida en el mundillo y redes sociales como @cuentina_cantaycuenta. Expresaba que se sentía muy satisfecha con las sensaciones tan mágicas que le producía acercar historias maravillosas a niños/as maravillosos/as. Nos explicaba que, como es habitual, los/as pequeños/as tienen predilección pura por los animales. Cuando somos infantes aprendemos de los/as adultos/as, pero en muchas ocasiones sucede a la inversa porque, tal como afirmaba, ella había trasladado esa fascinación a sus propios gustos, debido a que su cuento favorito es el “Pollo Pepe”. Esta reflexión es completamente especial, ya que averiguamos y nos cercioramos de que el aprendizaje es mutuo y único cuando los cuentos están involucrados en la ecuación sentimental.
Otro aspecto sorprendente y ligeramente más entristecedor es que con los años, presencia una evolución negativa respecto a la participación de los/as niños/as en los cuentacuentos. La magia va apagándose progresivamente, suceso nacido de la vergüenza que les produce asistir y verse representados por los/as protagonistas. El hecho de que el mundo esté en constante evolución, tiene consecuencias negativas, y una de ellas es esta. Actualmente, prefieren dedicar todo el tiempo libre que tienen a nuevos medios, llenar ese espacio con recursos tecnológicos. Una de las razones con más peso es la presión social y el aprendizaje vicario, cúmulo de elementos que les convierte en personas pequeñas con ganas de experienciar vivencias de mayores cada vez más pronto. En consecuencia, los cuentos quedan abandonados en sus lejanías.
¿Cuál podría ser una posible solución? El cuento debe verse como un elemento motivador desde el aula, por lo que trasladar un puñado de libros a un rincón no es suficiente. Deberíamos invitarles a su lectura a través del juego de rol, booktubers, teatralizaciones, tertulias dialógicas… Uno de los aspectos que se debe erradicar es la vergüenza. Si se promoviesen aún más este tipo de actividades en que participasen familias e iguales, irían adquiriendo confianza en sí mismo/as y se replantearían la posibilidad de ir más allá asistiendo a sesiones de cuentacuentos. Asimismo, un paso más lejano para los/as más mayores, podría ser la actividad de “¿Cuentamos juntos/as?”. En ella, les incitaríamos a participar de la forma más activa posible, convirtiéndose en cuentacuentos. La individualidad nos sugestiona y genera inseguridades, más cuando estás en una etapa de crecimiento. Por ello, realizar la actividad de “cuentar” por parejas o en grupos, podría resultar un remedio a la problemática, puesto que ensalzamos la idea de que vivir y emocionarnos con los cuentos no es motivo de vergüenza, si no de sentir, evolucionar y crecer como personas.