Escribo este relato bajo la luz de mi lámpara en mi habitación-casa de 17m2 para desahogarme, aunque después tenga que quemarlo. Si esto saliera a la luz, me llevarían preso a la sala “Renovare cerebri”, aquel lugar donde van aquellas personas (para no volver) que han incumplido las reglas.
Todo empezó aquel invierno en uno de los cientos de debates sobre la educación que mantenían los políticos. Me acuerdo que se acercaban las elecciones y todos los partidos hacían sus mítines y uno de los puntos era sobre Educación. Todos ellos hacían hincapié en la importancia de la educación y presentaban muy buenas propuestas. Pero hubo un partido político llamado “G.O: Grandes Oportunidades” que daba mucha importancia al papel del docente. Al final de las elecciones salió ganador este último. Me acuerdo de ir a celebrarlo con los compañeros y compañeras al bar de Rosi. Veíamos en este partido y en sus planes para la enseñanza un buen futuro. ¡Qué equivocados estábamos!
El partido comenzó a gobernar muy bien y daba muchas esperanzas. Pero poco a poco fue cambiando todo. Empezaron a imponer sus propias normas y el que no las cumpliera tenía multas o incluso cárcel. Cada vez fue a más hasta que llegó a convertirse en una especie de dictadura donde la gente debía comportarse y pensar como dictaba el gobierno. La tarea de adoctrinar recayó en los maestros y las maestras. No había otra opción que aceptar la realidad. Si no lo hacías te llevaban preso. Cada curso tenía un manual para trabajar con el alumnado. La mayor parte del manual estaba dedicado a ser “buenos ciudadanos”. El alumnado solo tenía un lápiz y una goma de borrar. No había nada de tecnología en las aulas. Ordenadores, proyectores, tablets… Todo lo quitó el gobierno. También retiraron los libros de la biblioteca y pusieron los que a ellos les parecían bien. En todo el colegio, sobre todo en las aulas, había cámaras de seguridad para vigilar que mis compañeros y yo hiciéramos nuestra tarea “correctamente” y no les “metiéramos en la cabeza” otras ideas. Estamos siempre vigilados. Todos los días igual.
Un día, una compañera me comentó en el pasillo del colegio (haciendo como que bebía café para que no la vieran hablar) de la existencia de “El club de los docentes muertos”, un club en el que una gran variedad de docentes se resiste a enfrontar la realidad y que poco a poco van trazando un plan para cambiar este sistema. En el momento en el que me lo mencionó, quise formar parte de él afrontando todos los peligros que corría. Todos los jueves nos reunimos por la tarde. Cada jueves es una ubicación distinta para tener mayor seguridad. En estas quedadas hablamos de cómo podríamos cambiar la enseñanza y enfrentarnos al gobierno. Hablamos de recuperar las tecnologías para combinarlas con los materiales tradicionales, de trabajar en grupos, de introducir el pensamiento crítico en las asignaturas, la educación en valores… en fin, cosas que hace treinta años veía posibles y ahora las veo complicadas. Pero tenemos la esperanza de que con el tiempo esto va a cambiar y que la educación va a ser nuestra mayor arma para acabar con los métodos del gobierno.
Cada día que pasa tenemos la sensación de que las siglas de su partido no significan “Grandes Oportunidades” sino “George Orwell” y que estamos viviendo dentro de su novela 1984. Espero poder despertar algún día de esta pesadilla.
A veces me da la sensación de haber retrocedido en vez de avanzar.
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